Rogi
–Hay una palabra que no podés pronunciar enojado.
–¿Qué? ¿Cuál?
–Que no podés pronunciar esta palabra así –dijo él y frunció el ceño hasta armar casi una sola ceja. Los labios apretados formaban un piquito. En medio de todo eso estaban esos ojos azules, un cielo atrapado en los iris más hermosos.
–Triangulito.
Risas y risas. Creo que teníamos 23 años cuando me contaste ese chiste boludísimo. Todavía estabas en Caballito, por Cucha Cucha. Te visité millones de veces. Todavía sigo pudiendo ir sin tener que recordar la dirección exacta. Mis pies, mis manos y mis ganas de verte saben adónde ir, qué timbre tocar, qué decir cuando uno de tus viejos dijera hola.
–¡Soy Lean!
Así como exclamaba mi nombre también había exclamado el tuyo. Como aquella vez en Jujuy.
Éramos 6 amigos. Un grupo raro, en esa época estábamos unidos, pero era todo de mentira. Quedamos pocos juntos. Nuestro viaje de egresados de secundaria. Todos con 18 o 19 años yendo de mochileros al NOA. Paramos en Maimará como por dos semanas. Dormíamos juntos en la carpa. No sé cómo hacías, pero te armabas tipo capullo, apenas se veían tus rulos amarillos, y con la cara casi contra el aislante te dormías sin moverte ni hacer un ruido. Chabón, rarísimo. No tan raro como tu odio al queso y fiambres y salsa y mayonesa.
Todos teníamos que resolver qué hacer en los últimos días. Algunos tenían plata todavía, otros no mucho, otros preferían descansar. Del grupo de seis personas, vos y yo (siempre fuimos unidísimos e inseparables) decidimos recorrer la zona. Al lado de Maimará está el cerro de los siete colores. Había que ir.
Seguimos una ruta de tierra que nos dejó frente a un río seco seco. Miento. Había agua, pero apenas contaba como río, eran más arroyos fluyendo casi en paralelo por el lecho de un río. Yo ya bailarín y más largo, me animé a saltar. Creo que ambos pudimos pasar por el primer arroyito. Cuando llegó el segundo, a pocos pasos del primero, yo me mandé con un grand jeté. Me embarré las Topper blancas. ¿Justo esas tenía que ponerme ese día? Vos decidiste que no ibas a llegar. Con tu 1.65m no podrías llegar. Decidiste no puedo, Lean, vos seguí y yo doy la vuelta, decidiste. Y yo seguí cruzando. Nos vemos allá adelante.
Terminé de cruzar. Habrán sido unos... 10 minutos. ¡Roger! ¡Rooogeeeeer! Nada, che. Tenía una sensación mezclada entre la seguridad de que ibas a estar bien y te iba a encontrar y el pavor de que quizá nos estábamos perdiendo, de que quizá nos estábamos separando más. Pero vos siempre vas a estar acá.
¡Roger!
Me crucé con un caballo. Salvaje tal vez, no me animé a acercarme. Qué sé yo que te puede hacer un caballo. Me desvié para la izquierda. Ahí sí sufrieron las Topper. De repente me vi hundido a la altura de las pantorrillas. Las rodillas. Arenas movedizas. No, no. Barro. Más barro que antes. Pero me hundía, ese pantano me tragaba y vos no estabas, Roger...
Escena desaparecida. Desaparecida, fin. Ni idea cómo llegaste. Se me borró esa parte. Pero ahí estabas. Tengo un recuerdo vago de vos saliendo de un arbusto bajito, ileso. 18 años, el niño del grupo. Yo era el más grande. No creo que nos hayamos dado un abrazo. Eras muy reacio al contacto. Una vez me invitaste a San Bernardo con tu familia, ahí aprendí hebreo con Diana. ¿Nunca me vas a dar un abrazo, gil? Soy tu mejor amigo. Y en la escalera me diste el abrazo más sincero e hinchado las bolas del mundo. Ese sí me acuerdo. Casi que no es un recuerdo, es algo trascendental, transversal a todos los tiempos, plasmado en el éter de la existencia. Esa vez nos abrazamos, pero después de casi ahogarme y ser masticado por un caballo, no.
Si hay relieve, hay que subir. Encontramos una lápida en la punta de uno de los cerros. O un santuario. Creo que había una virgen. Nos pareció tenebroso, pero no era para tanto. Éramos dos niños pensando en historias de terror. Ambos fanáticos. No pudimos escalar todo, era bocha. Pero hicimos bastante altura. Silbaron en un momento. Silbaste. Le respondiste. ¿Qué sos boludo? ¿Cómo vas a responder un silbido en el norte de Argentina, en medio de la montaña, estando solitos los dos. El Pomberito, Rogi. Nos fuimos rápido. Ya miraba para todos lados. No creo en mitos del campo, pero le creo a mi abuela. Así que nos vamos, gil.
Ya para esa época eras mi mejor amigo. Increíble que no haya cambiado. Cuanto mucho, aumentó el amor. Te admiraba, sabés. Creo que ahora te admiro más, porque estudio lo que vos elegiste como carrera. Y te fuiste. Y la amistad no cambió. Y te casaste. Y la amistad no cambió. Muy loco amar tanto. Muy loco elegir y reelegir. Todo el tiempo, todos los días. Y volviste. Y la amistad no cambió. Bueno, se entiende.
Me cagaste a pedos por no haber sido tan comunicativo. Fuiste, sos y serás la única persona que podía llamarme y con la que podía hablar horas. Con o sin dolor, con o sin eventos importantes para contar. Solo nuestras voces y encontrarnos. Y todavía nada cambió.
Ahora estamos de nuevo en ese río. Nos imagino ahí en el río más ancho e insaltable. No te animaste y te fuiste a buscar otro camino. Seguís en ese camino. No te veo, pero andás por ahí. Hermoso elfo del tamaño de un hobbit; gran DM cuya historia nunca podré jugar. Con esa misma sensación de seguridad y miedo, yo sigo adelante. Y cada paso pesado carga con toda la espera y esperanza. Esperando que aparezcas en breve, por alguna esquina, por algún arbusto y grites mi nombre.